domingo, 24 de mayo de 2009

Una breve visión de la Asamblea Universitaria

Llegué un poco antes de las once. Calor, humedad, mucha gente amontonada en la gran carpa donde se realizaba la asamblea. Unos separadores de metal dividían el lugar donde estaban los asambleístas y acreditados, del resto de la gente, que aproximadamente los igualaba en cantidad. Estudiantes (algunos con bombos y tachos), docentes, autoridades, los muchachos del sindicato (también con bombos y tachos). Un plasma colgado al fondo transmitía las imágenes de la mesa de oradores, y las intervenciones se escuchaban por varios parlantes.
Los ánimos estaban caldeados. Los chicos de artes visuales pintaban carteles y figuras. Los oradores eran repudiados o aplaudidos con cantos, gritos, batucadas y puteadas. En algún momento se hizo repartija de narices de payaso, con considerable éxito (algún orador, consejero estudiantil, llegó a subir al podio con la nariz puesta).
Los oradores se dividían básicamente en dos grupos:
- los que apoyaban a Gómez o a Demaio, y hacían su exposición de por qué se debía elegirlos (básicamente docentes)
- los que hicieron moción para un nuevo asunto en el orden del día (básicamente consejeros estudiantiles), a saber: siendo que el claustro de estudiantes tiene menos del 25% de representantes en la asamblea, y que ésta puede sesionar sin que haya ninguno de ellos, se propuso tratar inmediatamente una reformulación de esa situación para que los estudiantes tengan una representatividad real que pueda hacer valer su decisión, y que ésto debía hacerse antes de la elección de rector.
Comenzó entonces un tira y afloje inacabable en el que la secretaria, la rectora, y algunos más, decían que legalmente, como ese asunto no estaba en el orden del día, no podía ser tratado, que al hacerlo automáticamente se viciaba de nulidad la moción, y que debía ser tema de una nueva asamblea, mientras que la mayoría de los consejeros estudiantiles decían que la Asamblea Universitaria era el órgano máximo de decisión y que podía obviar ese legalismo, y que no hacerlo, en contra de la voluntad mayoritaria, era viciar de ilegitimidad la asamblea.
Finalmente no se hizo, y muchos consejeros estudiantiles abandonaron la asamblea en bloque, salvo por los representantes del claustro de dramáticas, que acordaban con tratrar el tema en otra asamblea y no postergar la elección de rector, los de transdepartamental que tenían mandato de abstención y se quedaron hasta que ésta fue prohibida, y los de folklore que se quedaron para apoyar a Gómez (quizá me olvide de alguno).

Mientras tanto, podía observarse una clara corporativización del espacio. Afuera, en la vereda, estaban los del sindicato, meta bombo, sin mucha más justificación que las bondades de un día peronista. Adentro, un pequeño grupo de estudiantes que apoyaban a Gómez, al lado, un grupo más nutrido que bogaba por la abstención y la no-elección de rector, al canto de "Basta de rosca, democratización" "Ni Gómez ni Demaio" "Que nos escuchen" etc., entre los que había algunos estudiantes de dramáticas, que en un momento fueron interpelados por otro que les recordó que en la asamblea del miércoles de ese Departamento se había ratificado la decisión de apoyar a Demaio si ésta negociaba (cosa que aparentemente hizo el miércoles a la noche) y que por lo tanto estaban fuera de lugar.
Este grupo, junto con los consejeros estudiantiles que abandonaron la asamblea, se fue a la calle donde cortaron Loria, hicieron algunas pintadas y mantuvieron una asamblea estudiantil paralela.
Alrededor del mediodía, entró una chica, observó asombrada el tumulto de gente, me miró con los ojos muy abiertos, y me preguntó, inocentemente:
"¿No hay clases hoy?"
Salí hasta un bodegón que hay a una cuadra y me compré un sánguche de milanesa de la san flauta, que me dejó bien pipón.
Adentro los del sindicato se habían emplazado, hacia el final del recorrido de la lista de oradores, en un sector desde el que empezaron a agitar contra Demaio y a favor de Gómez. Esto causó varios enfrentamientos verbales entre ellos y docentes y estudiantes, sobre todo de dramáticas: de un lado "tomenselás patoteros, dejen que hablen los estudiantes, ustedes vinieron pagados", del otro "Aaaayyy los estudianteeees... la universidad de los trabajadores, y al que no le gusta, se jode, se jode!"... un raro corrimiento del concepto que habitualmente se aplica a las fábricas recuperadas, y que en este caso me pareció una parodia poco feliz.
No faltó el enfático "¡PUTO!" retrucado por un lejano "¡Homofóbico!", y un estallido de risas, entre otras perlas.

Comienza la elección propiamente dicha. Se vota el rector, pasan uno a uno los asambleístas, algunos aplaudidos, otros chiflados. El único al que todos parecían querer era el pelado Oscar, que invariablemente pasaba al grito de "¡Grande Osqui!"
En la primer votación gana Demaio, pero como no hay mayoría absoluta se pasa a segunda vuelta. Moción para cuarto intermedio, gana la negativa. Hay que esperar a que vuelva un escribano que está hablando por celular.
En la segunda vuelta gana Demaio, pero como no hay mayoría absoluta, se pasa a una tercer instancia donde queda prohibido el voto en blanco. Moción para cuarto intermedio donde nuevamente gana la negativa. Un tercio de los asambleístas (todos los que votaban por Gómez) se retira de la asamblea al grito de "¡Fraude! ¡Fraude!". Una mujer del sindicato comenta atrás mío: "¡Ojalá que no puedan dormir! ¡Sinverguenzas! ¡Votar la corrupción, cómo puede ser! ¡Vamos a convocar a todos los chamanes si hace falta, pero no van a pegar un ojo!"
Se realiza un recuento de los asambleístas que quedaron para verificar que siga habiendo quórum para realizar la votación.
Hay (quórum).
Tercera votación, gana Demaio, obviamente por unanimidad de los presentes.
Algunos docentes y estudiantes gritan "¡Esto es la democracia!"
Algunos sindicalistas responden "¡Es una obra de teatro!"
En el medio de todo esto, la gente charla, camina por los pasillos, forma grupúsculos, de acuerdo a la posición institucional, social, a las afinidades, a los favores; se comenta la situación. Más de uno está en su salsa, boyando en busca de un espacio donde meter su bocado, con una semisonrisa que delata el goce del espectáculo, en tanto que los cañones nunca le apuntan. Uno que está sentado sólo, pensando que no lo ven, se saca un moco y lo pega abajo de la silla.
En este punto, superado por las condiciones climáticas subtropicales y por el sueño, me retiro. Camino unas cuadras hasta Belgrano y me tomo el 98 que me trae de vuelta a la República de Quilmes.

Quedaba un sólo asiento en el fondo, donde el calor reconcentrado del motor que se filtraba desde el suelo me cocinó a baño maría lo que duró el trayecto, provocándome, en mi sopor, extrañas pesadillas.

Juan Manuel López Baio

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